Quienes suelen pasar por este espacio, bien saben que no acostumbro escribir en él sobre mi vida personal, mas allá de algún que otro retazo, quizás mas ideológico que cualquier otra cosa.
Y en esta oportunidad tampoco pienso hacerlo, aunque quizás sienta la necesidad de compartir algo que hoy veo mas que nunca.
Siempre supe el valor de la palabra “compañero”, y a pesar de ello, hace ya un buen tiempo que le estoy econtrando un nuevo sentido.
Haciendo un pequeño ajuste de género, hace ya un buen tiempo que se que “compañera” es esa persona que hace que cueste la mitad de esfuerzo tirar del carro para adelante.
Que es quien sabe en que lugar del lomo necesitás que apoye su mano curativa y que tiene el bluetooth siempre encendido para saber que coño es eso que te anda revoloteando por la cabeza.
La mina de fierro que te hace el aguante, y que te ofrece toda su superficie para que te pongas a dibujar ambiciosos sueños sin ruborizarte ni un poquito.
No, queridas y queridos, no es la idea hablar de mi vida ni caer en repetidas cursilerías, pero necesito hacer esta breve introducción.
El 24 de marzo, se cumple un nuevo aniversario del comienzo de la noche mas oscura de nuestro país.
El 24 de marzo, se cumple un año desde que decidimos caminar por la misma vereda con mi compañera.
Mi compañera, la mina de fierro con manos curativas que tira del carro a mi lado y que viene con bluetooth incluído.
La que además de la sonrisa perfecta también tiene la palabra precisa.
Y que cuando la usa escribe cosas como esta.
Dénse una vuelta, y léanla, que no se van a arrepentir.
Que compañera también es esa que muchas veces dice lo que piensa y te quedás mirándola, dándote cuenta no solo de que coincidís al cien por ciento con ella; sino también de que vos no podrías haberlo dicho mejor.
Y una vez mas gracias; muchas gracias, compañera.
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