Un silencioso acto de vandalismo, una pequeña venganza
con el humor fácil como herramienta,
contra lo que
día a día nos obligan a consumir visualmente. Ninguna pretensión mas allá de esto.

lunes, mayo 28, 2012

La obra y su contexto



Promediando la década de los ochentas, la Guerra Fría se encontraba enferma de muerte sin saberlo aún.
Sin que lo supiéramos aún, el HIV se expandía silencioso cual reguero de pólvora con el consentimiento de ser el rosado castigo para putos.
Por ese entonces, mas precisamente en 1986, Peter Gabriel nos partía el melón con el video de su soul-funky “Sledgehammer”.
Recogiendo una vez mas el guante del Stop-Motion para enfundar la mano de Aardman Animations, nos puso en nuestras teles a rayos catódicos imágenes como esta:


Veintiséis años después, flotamos en el incierto mar de una crisis económica internacional mientras vemos como el oleaje se lleva puestos a musculosos surfistas.
La Guerra Fría yace cual blancanieves muerta a los pies de las atrocidades que le sucedieron y el HIV pasó de ser la peste mataputos al tranquilizador hit de los marginales, de esos que salen en Policias en Acción. Zafamos otra vez.
Hoy por hoy, nuestra principal preocupación consiste en que nuestro dinero se convierta en dólares que no sabemos bien para que mierda necesitamos, o en su defecto en otros bienes comestibles un poco mas vitales.
A dos años de concluída la primer década del famoso siglo veintiuno, con el fin del mundo pisándonos los talones, Alberto Samid recluta un selecto equipo de carniceros grafiteros y tomando posesión del paredón del Ferrocarril Urquiza, a cien metros del cementerio de la Chacarita, regala al distraído transeúnte postales como esta:



Sin dudas, lo mejor que hizo el matarife desde aquel histórico galletazo que le puso a Mauro.


lunes, mayo 14, 2012

Vergüenza ajena para todos y todas



Mas de 100 periodistas se reunieron con Jorge LaNada para asesorarlo sobre su ardua tarea: caer mas abajo del piso.

Morales Solá, comentó a la salida de aquella cumbre:
“Despojados ya de todo vestigio de vergüenza y autoestima, al momento de arrastrarnos por el piso en nuestra tan esperada meta, se hace difícil no llenarse la boca de un sabor amargo. Y no lo digo por las pelusas, puchos o soretes que uno termina levantando con la lengua; el tema es que haber llegado a ese podio de la abyección, nos pone cara a cara (literalmente) con nuestro propio límite: el piso.
Es ahí donde se abre la brecha entre los talentosos y los simples pelotudos.
Es entonces cuando aquellos iluminados saben que bajo el piso tirano, si uno sabe buscar, debajo de alguna alfombra encontrará la puerta hacia el sótano.
Jorge es uno de esos iluminados.
Me enorgullece verlo en este sótano cavando un agujero y demostrándonos a todos una vez mas que a la hora de ser un sorete, nunca hay límites”