
La cosa es así.
Vas circulando lo mas tranquilo con tu vehículo no convencional (patineta, bici, moto, etc.) y te encontrás con un imprevisto urbano que te jode el día (en el mejor de los casos), la semana, el mes, el año, o la vida entera en el caso de que la conserves.
Hace exactamente una semana atrás, cuando el sol ya había fichado y se había mandado a mudar, me encontraba circulando en mi moto por la Av. Corrientes, bajo este delicioso clima del ojete al que Buenos Aires nos tiene acostumbrados últimamente. Caía una puta garúa en forma permanente desde hacía horas.
Necesitaba ir para el lado de Av. Belgrano, pero como Pueyrredón esta imposible desde hace meses por las obras del subterráneo, decidí hacer unas cuadras mas por Corrientes hasta encontrar una calle mano a la derecha.
Con la atención puesta en esto, descuidé breves pero preciosos segundos el terreno que pisaba.
Mientras pasaba a un taxi que reptaba por el carril derecho a la pesca de un pasajero se apareció bajo mis ruedas una enorme reja metálica de ventilación del subterráneo.
Cuando digo enorme estoy hablando de una superficie en la que tranquilamente entran dos autos puestos uno al lado del otro.
El metal mojado es áltamente resbaladizo, pero las rejas de ventilación generalmente tienen un tramado tipo panal para reducir este efecto.
En el caso de la reja en cuestión no solo no tenía dicho tramado, sino que además; dado su gran tamaño, para aglutinar los barrotes cilíndricos tenía cada veinte centímetros un listón de metal liso de unos cinco centímetros de ancho, dispuestos en su longitud, paralelamente al sentido de circulación del tránsito.
El resultado: al pasar por encima de la malparida reja salí descontrolado como chorizo en bandeja de loza, para terminar en el piso unos metros mas adelante.
Por suerte el taxi venía despacio y pudo frenar sin problemas, que sino en este momento estaría aprendiendo a tocar el arpa con Pappo.
Con la distancia recreo el momento y pienso que mas allá de todo a mí algo no me funciona bien, ya que mientras caía no pensé “me mato!”, sino “mi moto!”.
Evidentemente este pensamiento influyó en la trayectoria de ambos (moto y yo), ya que la muy gorda (cerca de 200 kg) me cayó totalmente encima haciéndose tan solo un levísimo raspón en un saliente plástico, mientras que a mí me hizo cagar el pantalón impermeable, el jean, un zapato, el pié que iba dentro de ese zapato y la rodilla derecha.
Imagino el triste espectáculo que ofrecí, tirado en el piso atrapado por la moto, como San Martín sin Cabral, con el casco y el traje impermeable que me dan un aspecto intermedio entre la Hormiga Atómica y un Teletuby.
Inmediatamente apareció una buena señora que tironeándome la campera me invitaba a levantarme; a la cual le tuve que indicar que buscara ayuda para sacarme al muerto de encima. Fué entonces que dos jóvenes levantaron el vehículo y me ayudaron a caminar con él hasta la vereda.
Después de recuperarme un poco del desconcierto del golpe y convencer a las personas que me auxiliaron de que me dejaran ir; concurrí a la clínica de mi obra social para confirmar que tal como lo sospechaba, a pesar de lo mucho que me dolía no había nada roto.
A una semana del accidente ya puedo caminar como un hombre normal de 90 años, ya no lloro cuando me tengo que sentar en el inodoro y hasta puedo hacer el trasbordo al bidet sin caerme al piso con los pantalones por las rodillas. Sin embargo todavía me cuesta atarme los cordones y por supuesto que tengo suspendidas todas las actividades “de rodillas” hasta nuevo aviso.
Volviendo al detonante de este episodio; es posible que los pelotudos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no se hayan dado cuenta de lo peligrosas que son esas rejas que aparecen a partir de Av. Pueyrredón?
Juro por mi vieja que tengo ganas de empalar al responsable de tamaña imbecilidad, ya sea Télerman, Metrovías o la puta madre que los remilparió.
Tengo catorce años de moto encima y diez sin ningún accidente.
Modestamente creo que una de las pocas cosas que hago bien en esta vida es manejar en dos ruedas; esas rejas SON UNA TRAMPA MORTAL.
No solo han lastimado mi rodilla, sino también mi orgullo de motociclista.
Tengo mis radiografías, solo me hace falta un buen abogado…